Novena al Cristo
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OCTAVO DÍA
Todo como el primero, hasta concluir
con la oración siguiente:
¡Oh JESÚS dulcísimo! Holocausto puro, Víctima inocente: ¿qué Cruz es esa que oprime vuestros Sagrados hombros? ¿Vos conducido a la muerte como reo; y yo, siendo el delincuente, pensando en darme una vida llena de delicias y conveniencias? ¿Vos cargado con el duro Patíbulo en que habéis de exhalar el último aliento, y yo anhelando gustos y placeres? ¿Vos agonizando, y cayendo a cada paso con el peso, y falta de la Sangre y, yo rico, contento y descansado? ¿Vos arrastrado con vilipendios, y yo soberbio e implacable con mis enemigos? ¡Oh Dios bueno! ¡Oh Dios manso! ¡Oh Dios apacible! ¡Pero, oh terquedad mía, que perseverando voluntariamente en la culpa, no trato de aliviar a mi Señor, que va a morir por mí! ¡Pero cómo lo haré yo, dulce JESÚS de mi alma! Yo os diera el corazón, para que, puesto entre la Cruz y el hombro, recibiera gran parte del peso; pero creo que mi corazón excede en dureza a la Cruz Vuestro alivio (si yo soy capaz de darlo a un Dios oprimido) estuviera en que yo os imitara cargando con la Cruz de la penitencia, que necesitan mis culpas. Pero aún en esto tenéis Vos que poner la mayor parte, arrimando el hombro a mi arrepentimiento. Sin auxilios y auxilios que quebranten mi terquedad, no os podré seguir. Concedédmelos, benignísimo Señor, con el favor que os pido en esta Novena, para que eternamente os bendiga y alabe. Amén.